La oportunidad
Kuzmi se detiene, necesita recuperar el aliento. Se queda muy firme, para que la sombra generada por el sombrero-hongo la cubra entera. El calor es tan intenso que el traje protector se le pega a la piel como si fuera a derretirse en cualquier momento.
Hace dos días que las válvulas refrigerantes se reventaron a causa de la intensidad del sol. La solución (ya tibia) se escurrió de pronto por los tobillos, sin que ella pudiera hacer nada para contenerla. A Kuzmi le sorprendió el color azul iridiscente que fue cobrando el líquido al contacto con la luz del sol, mientras se desparramaba sobre la caliza agrietada.
La habían alertado sobre el riesgo de continuar sin esa protección. El traje no aguantaría por sí solo. Lo recomendable era emprender el regreso o lanzar la alarma, solicitando que un equipo de rescate fuera a extraerla.
Decide continuar. No es ingenua: a esta altura regresar al Poblado es absurdo. Ya recorrió la mayor parte del camino y duda mucho que vayan a gastar tiempo y recursos en ir a rescatarla. Si hubiese sido posible enviar un equipo entero hasta aquellos confines lo habrían hecho en una primera instancia, en vez de enviarla a ella, una pobre expedicionaria de a pie, sin créditos ni contactos influyentes. Es evidente que se están jugando una última carta desesperada.
Intenta una vez más divisar la línea del horizonte. El resplandor logra traspasar las capas de cristal de roca negra y le pone los ojos llorosos. No aguanta más de tres segundos, pero cree ver un punto a lo lejos. ¿Lo ve o lo intuye?
Retoma el paso. Quedarse quieta por mucho tiempo es peor: el calor la va a rostizar ahí mismo, dejándola seca y dura como una estaca.
Siete horas después comienza a divisar las primeras rocas anaranjadas. El corazón le da un vuelco: la ex Meseta Húmeda está cerca.
Cuando por fin tiene enfrente a los muros arcillosos, las piernas le tiemblan.
Son mucho más altos de lo que estimaba.
Duda en escalar y dormir arriba o permanecer en el llano.
¿Habrá depredadores vivos, adaptados a aquellas condiciones extremas?
La realidad es que en el Poblado no tienen certezas de nada. La información que poseen es una larga y compleja combinación de teorías encontradas, hipótesis y especulaciones.
Prefiere subir.
(tocá los puntos para volver a leer)
Está muy cansada para recopilar datos.
Mañana empezará con los protocolos de investigación. Ahora solo atina a quitarse el sombrero-hongo antes de quedarse dormida.
Sabe que la esperanza de su raza depende de ella, de que use los instrumentos con criterio e inteligencia.
Confían en que sabrá distinguir si allí puede haber recursos utilizables, los últimos, que le permitan sobrevivir al Poblado, ya fagocitado por la escasez.
Con sus amigos solían escuchar un largo trap que tenía más de mil años, de autor desconocido, que describía a la ciudad sepultada como una metrópoli bella y ruda.
Había quienes pensaban que todo era un invento del autor y que aquel lugar nunca había existido en realidad.
La idea misma de ciudad,
de urbe, de capital, de por sí les producía cierta confusión y un vértigo amargo.
Kuzmi no sabe qué pensar.
A la noche
tiene un sueño:
(activá el volumen)
Cuando despierta, alarmada, es aún noche cerrada: una boca de lobo uniforme e inmensa que parece querer tragársela de una dentellada.
Kuzmi,
como la mayoría en el Poblado,
no lograba soñar
casi nunca.
El sueño
fue
caótico,
mezclado y
repetitivo.
Tiene miedo de olvidarlo, pero está demasiado exhausta como para poder documentarlo.
Recuerda el
sueño con pasmosa exactitud. Sus imágenes la
espantan.
Al día
siguiente, cuando retoma la marcha
con las primeras luces, descubre con asombro que no
hace falta.
Hasta donde puede ver, la meseta es infinita. Prueba la resistencia del suelo con el martillo, la arcilla cede luego de algunos golpes. Concluye que no será difícil perforarla.
A media mañana descubre una grieta profunda como un tajo, en donde apenas hay espacio suficiente para moverse. Siente que debe bajar. A medida que desciende, la temperatura comienza a disminuir unas centésimas de grado por metro. Por primera vez experimenta que su cuerpo se alivia.
Cuando alcanza el piso, la sombra que la recibe entre los farallones es deliciosa. Kuzmi no puede creer lo que encuentra: restos fósiles que titilan, partículas fluorescentes incrustadas en la arcilla como vetas, depósitos minerales atrapados entre capas de sedimentos amarillos y blancos.
Junto a su pie descubre un objeto realizado por sus antepasados. Se quita los guantes para poder tocarlo, estos se terminan de desgarrar hasta deshacerse. El objeto parece ser una punta enterrada de algo, del mismo color del cielo al atardecer. Arriba es suave y extremadamente liso, con un borde rugoso y secuenciado hacia los costados.
Pasa las horas tocando todo, cada cosa que encuentra pegada a las paredes es una pequeña maravilla.
La ciudad existe, es real. Aquí debajo hay recursos suficientes como para salvarnos, exclama con alegría, como si alguien pudiera escucharla.
A la noche sueña por segunda vez, un sueño azaroso que se repite como un bucle.
Se despierta exaltada. La cabeza le da vueltas y demora horas en poder apagar la
convulsión de las manos.
(activá el volumen)
Por más que lo intenta durante todo el día, no logra comprender el sentido del sueño.
Por alguna razón cree que existe una conexión con lo que sueña y sus hallazgos.
Por momentos la quebrada se ensancha varios metros y un haz de luz cae desde el cielo, mostrándole unas motas celestes que flotan en el aire. Más allá encuentra el primer arbusto espinoso y un kilómetro después, a su izquierda, una especie de cavidad natural. Adentro huele a un resto muy evaporado como a amoníaco, lo que presupone que algún animal estuvo por ahí no hace mucho.
Kuzmi no tiene miedo y se interna en la cueva.
A medida que avanza las paredes se ponen más y más húmedas. Pasa, una y otra vez, como borracha, la lengua por las paredes gelatinosas. Al ras del piso crece una especie de musgo áspero y dulce.
Se quita la ropa, que ya es un harapo deformado, y resuelve dormir allí.
Vuelve a soñar con imágenes enmarañadas y desconocidas:
(activá el volumen)
Al despertar tiene la sensación de que otras especies han inspeccionado sus cosas, acaso roedores.
Hacia el final de la cueva, la humedad de la pared del fondo ha formado una especie de lodo, muy oscuro y espeso. Kuzmi entierra las manos y las saca negras, se embadurna con aquella pasta untuosa los brazos y las piernas antes de salir.
Comprueba el estado del equipo de comunicación. De ella depende que utilice la energía restante para emitir el mensaje de manera exitosa y no dejar escapar aquella oportunidad. Debe calcular si utiliza la hondonada para proyectar la frecuencia con más fuerza o si debe subir a la superficie para asegurar el trayecto.
Pasa la tarde haciendo los cálculos necesarios.
Comprende el peso de su misión más que nunca.
Quién es
ella para
decidir,
se dice.
Posa
una mano
sobre la
arenisca
Recuerda el
sueño con pasmosa exactitud.
Al día
siguiente, cuando retoma la marcha
con las primeras luces, descubre con asombro que no
hace falta.
y la
respuesta
le llega
como un breve
aleteo,
casi ilusorio.
Toma el
transmisor
y abre el canal direccional.
Una vez
asegurado el
contacto, con la
última vida útil de la
batería anuncia:
“Relevado
todo el perímetro,
no hay nada aquí, posibilidad de recursos: cero.
Se desestima exploración”.